Poesías

de Juan Valera



El amante hechizado

Volad, pajarillos;
id con Dios, partid;
llevad mi recuerdo
al bien que perdí.
Volad hacia Atenas,
y, al llegar allí,
entrad en su casa
y lindo jardín,
y del mazanico,
florido y gentil,
cantad en las ramas,
que ella os pueda oír.
Diréis que a un perjuro
no debe sufrir:
no invoque mi nombre,
no llore por mí.
Esclavo de hechizos
esclavo caí,
y esposa ya tengo
en este país.
Por una hechicera
hechizado fui.
Los ríos hechiza,
y dejan de ir
a la mar sus ondas;
no pueden surgir
las fuentes que sellan
sus conjuros mil.
¿Cómo en mi barquilla
podré yo partir,
si la mar se hiela
en torno de mí?
Renovó el encanto
cuando quise huir
y de niebla obscura
cercado me vi;
ya nieve caía
ya lluvia sin fin.
El sol, si la dejo,
deja de lucir,
y su vuelvo a ella
brilla en el zenit.



El huerto de las rosas

En el huerto al entrar de las rosas
¡Oh, amada, oh, bellísima Haidée!
Vine a ver dónde tú te reposas,
Y en ti a Flora y al alba adoré.

 

Yo te imploro, mi bien, yo te amo;
Y al decirte tan dulce verdad,
Tu ira temo; templando reclamo
Para mí tu amorosa piedad.

 

Si a la rama del árbol, natura
Le da frutos, aroma y calor;
En tus ojos el alma fulgura,
En tu cuepo derrama esplendor.

 

Mas si amor me abandona, y no presta
Sus encantos al yermo pensil,
Dame luego cicuta funesta
Más fragante que rosa de abril.

 

Exprimiendo su horrible veneno,
Su amargura en la copa pondré;
Pero dulce ha de ser en mi seno,
Porque libre de ti moriré.

 

¡Cuán me salves de tanto dolor!
En tus brazos mi pena mitiga;
Dame, ingrata, la muerte o tu amor.

 

Amazona que armada caminas,
Para ti combatir es vender;
Con saetas me heriste divinas;

A tus plantas me hiciste caer.

 

Moriré si en mi herida no empleas
Tu sonrisa, que sabe curar.
Esperanzas me diste... ¿desdeas
Esperanzas en duelo trocar?

 

En el huerto entraré de las rosas,
¡Oh, amada, oh, falsísima Haidée!
Y tú ausente, y las flores hermosas
Ya marchitas, mi mal lloraré.

 


El pajarillo

Dime, pájaro, ¿a dónde
vas peregrino?
¿A do vuelas tan solo?
¿No tienes nido?
-¡Ay! No lo tengo,
y sin hallar reposo,
cansado vuelo.

Vuelo y voy caminando,
sin saber dónde
la dicha que he perdido
de mí se esconde;
Cuando pequeño,
patria tuve y amores
en otro suelo.

Con mi amada vivía
entre los mirtos;
nuestra edad era corta,
grande el cariño;
cariño tierno,
que apenas yo nacido,
nació en mi pecho.

Un gavilán maldito
me robó el alma,
la dulce luz hermosa,
que luz me daba;
mató mi dicha,
que mató ante mis ojos
la prenda mía.

Ahora seguiré viendo
tierras extrañas,
el cuerpo fatigado,
mustias las alas,
hasta que pare
donde todas las cosas
paran y caen.

Caerán allí mis penas
y mi quebranto,
donde todas las cosas
hallan descanso;
do van unidos
a parar gavilanes
y pajarillos.


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