Hebaristo, el sauce que murió de amor

de Abraham Valdelomar



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- III -

Hebaristo, el melancólico sauce de la parcela, no fue, como son la mayoría de los sauces, hijo de una necesidad agrícola; no. El sauce solitario fue hijo del azar, del capricho, de la sin razón. Era el fruto arbitrario del Destino. Si aquel sauce en vez de ser plantado en las afueras de P., hubiera sido sembrado como era lógico, en los grandes saucedales de las pequeñas pertenencias, su vida no resultara tan solitaria y trágica. Aquel sauce, como el farmacéutico de El Amigo del pueblo, sentía, desde muchos años atrás, la necesidad de un afecto, el dulce beso de una hembra, la caricia perfumada de una unión indispensable. Cada caricia del viento, cada ave que venía a posarse en sus ramas florecidas hacía vibrar todo el espíritu y cuerpo del sauce de la parcela. Hebaristo, que tenía sus ramas en un florecimiento núbil, sabía que en las alas de la brisa o en el pico de los colibrís, o en las alas de los chucracos debían venir el polen de su amor, pero los sauces que el destino le deparaba debían estar muy lejos, porque pasó la primavera y el beso del dorado polen no llegó hasta sus ramas florecidas.

Hebaristo, el sauce de la parcela, comenzó a secarse, del mismo modo que el joven y achacoso farmacéutico de El Amigo del Pueblo. Bajo el cielo de P., donde antes latía la esperanza, cernió sus alas fúnebres y estériles la desilusión.


- IV -

Envejeció Evaristo, el enamorado boticario, sin tener noticia de Blanca Luz. Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela viendo secarse, estériles, sus flores en cada primavera. Solía, por instinto, Mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al borde del arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce, y allí veía caer la noche. El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico.

Un día el sauce, familiarizado ya con la compañía doliente de Mazuelos, esperó y esperó en vano. Mazuelos no vino. Aquella misma tarde un hombre, el carpintero de P. llegó con tremenda hacha e hizo temblar de presentimientos al sauce triste, enamorado y joven. El del hacha cortó el hermoso tronco de Hebaristo, ya seco, despojándolo de las ramas lo llevó al lomo de su burro hacia la aldea, mientras el agua del arroyo lloraba, lloraba, lloraba: y el tronco rígido, sobre el lomo del asno, se perdía en los baches y lodazales de la Calle Derecha, para detenerse en la Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos


- V -

Envejeció Evaristo, el enamorado boticario, sin tener noticia de Blanca Luz. Envejeció Hebaristo, el sauce de la parcela viendo secarse, estériles, sus flores en cada primavera. Solía, por instinto, Mazuelos, hacer una excursión crepuscular hasta el remoto sitio donde el sauce, al borde del arroyo, enflaquecía. Sentábase bajo las ramas estériles del sauce, y allí veía caer la noche. El árbol amigo que quizás comprendía la tragedia de esa vida paralela, dejaba caer sus hojas sobre el cansino y encorvado cuerpo del farmacéutico.

Un día el sauce, familiarizado ya con la compañía doliente de Mazuelos, esperó y esperó en vano. Mazuelos no vino. Aquella misma tarde un hombre, el carpintero de P. llegó con tremenda hacha e hizo temblar de presentimientos al sauce triste, enamorado y joven. El del hacha cortó el hermoso tronco de Hebaristo, ya seco, despojándolo de las ramas lo llevó al lomo de su burro hacia la aldea, mientras el agua del arroyo lloraba, lloraba, lloraba: y el tronco rígido, sobre el lomo del asno, se perdía en los baches y lodazales de la Calle Derecha, para detenerse en la Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos


- VI -

Al día siguiente el dueño de la Carpintería y confección de ataúdes de Rueda e hijos, llevaba al señor Unzueta una factura:

El señor N. Unzueta a Rueda e hijos... Debe... por un ataúd de roble... soles 18.70.

–Pero si no era de roble –arguyó Unzueta– Era de sauce...

–Es cierto –repuso la firma comercial Rueda e hijos– es cierto; pero entonces ponga Ud. sauce en su discurso... y borre el duro roble...

–Sería una lástima –dijo Unzueta pagando– sería una lástima; habría que quitar toda la frase: "al ciudadano integérrimo que en este ataúd de duro roble"... Y eso ha quedado muy bien, lo digo sin modestia... ¿no es verdad Rueda?

–Cierto, señor Alcalde –respondió la voz comercial Rueda e hijos.

 

FIN


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